vestido corto acampanado con herrajes

El lento bullicio en la playa comienza a media mañana. Las tumbonas se extienden en sus parcelas designadas, listas para un día de cotilleo de observación. Las sombrillas brotan como flores, una a una, creando una orquesta de colores a lo largo de la orilla. Un ambiente veraniego italiano se arremolina, una sinfonía de risas animadas, brisa marina y el zumbido discreto de los motores de los barcos en la distancia. A medida que el sol se suaviza y se sumerge, los niños hacen cola para tomar un granizado de limón mientras los adultos se retiran a tomar un Spritz. Aquí, en Italia, me siento vibrante y sin límites. Sin planes, sólo posibilidades. En las callejuelas de Roma, garabateo notas de amor para mí y para el mundo en adoquines y servilletas. Me despliego bajo techos pintados, flanqueada por bandadas de querubines cariñosos. En Milán, bailo con músicos callejeros que tocan mi canción y hago de musa para poetas y artistas. Mi pelo se riza y se arruga recién salida del Amalfi cada mañana. Salto desde rocas demasiado altas al océano infinito y me subo con encanto al asiento trasero de la vespa de un desconocido. De Ravello a Positano, a Capri y a Sorrento. Un bucle infinito de sensaciones estivales. Mi Italia, Amore Mio.